Sí, tengo amigos que me caen mal. A algunos, de hecho, no los soporto. Muchas veces opto por ignorarlos para no envenenarme más y empeorar las cosas. Es que no los puedo ni ver, en serio. Qué grima.
¿Y por qué son tus amigos? ¿Eres masoca?, te preguntarás.
El caso es que luego quedo con ellos y me caen bien. Pasamos un buen rato, nos reímos, intercambiamos opiniones, a veces discrepamos, otras estamos de acuerdo… Lo normal, vaya. Son momentos agradables que me hacen recordar por qué son mis amigos y por qué me gusta estar de cháchara con ellos.
¿Qué pasa? Pues que a muchos de ellos los sigo en las redes sociales y, cuando los leo, no los reconozco. Son ellos pero, para mí, es como si no lo fueran. No sé si interpretan un papel o es que son así de verdad.
Tampoco sé si en las redes sociales se muestran demasiado y conmigo se contienen o al revés, pero el caso es que, si no supiera quiénes son, si los viera por primera vez, en muchos casos me caerían realmente mal. Yo sé que son buenos tíos, pero a veces les daría una hostia, en serio. Que traducido al lenguaje de las redes sería: no conecto contigo, lo siento. Paso. Unfollow. Block. No me la torres más.
Esto es algo en lo que pienso a menudo. El otro día, reflexionando sobre ello mientras me pasaba el hilo dental antes de dormir —en realidad pensaba en cómo jugará el Madrid de Xabi Alonso, sin con tres o con cuatro atrás, pero se me vino esto a la cabeza, así sin avisar—, me asaltó una idea interesante: supongo que si esto pasa con un conocido, un amigo o, incluso, con un familiar —porque pasa—, también sucederá con una marca, un negocio o un autónomo que comunica para darse a conocer, posicionarse o conseguir clientes, ¿no?
Porque claro, ellos están convencidos de que son una gran empresa, un negocio ejemplar, un tío o una tía cojonudos… Gente que hace las cosas bien y que merecen un reconocimiento por ello. Pero puede que, con sus mensajes, su tono, su manera de enfocar lo que dicen, estén creando todo lo contrario: ordas de gente que los odia y que no los puede ni ver… entre otras cosas porque no los está viendo como son.
A mí esto también me pasaba con un tal Jaime Collazos. Si lo llego a conocer por lo que escribía en Twitter hace quince años, posiblemente me hubiera caído mal. Le hubiera pegado un par de collejas. Y le hubiera dicho: «cuida lo que dices aquí porque ésta es la imagen que se están haciendo de ti, y como te tengan que contratar por esto lo llevas clarinete, chaval».
La cuestión es que yo no conozco de nada a una marca, como tampoco te conozco a ti. Mi única relación con ella, o contigo, es a través de los mensajes, el tono, la manera de enfocar lo que dicen y cómo te diriges a mí. Y de eso depende todo: si me caes bien, mal, si pienso que eres guay, prepotente, un patán y, en definitiva, si quiero seguir teniendo relación contigo. Y no tengo muy claro si eso lo saben las marcas y si, en caso de saberlo, lo cuidan como deberían.
Yo creo que no porque, sinceramente, a algunas les daba una hostia. Que traducido al lenguaje digital es, bueno, ya sabes.
Sinceramente,
Jaime.
Me gusta escuchar a las personas para desenredar su caos mental, poner en ordenar sus ideas y crear narrativas que les ayuden —a ellas, su marca o su negocio— a resultar más reconocibles y coherentes en este ruidoso mundo en el que vivimos. Porque la mejor forma de alimentar el futuro, así en general, es conseguir que te escuchen y te entiendan. Si no, malo. A esto lo llamo Sesoría.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?
Repartiendo ostias como panes.